Amantes de las bajas pasiones cinematográficas…

Relaciones de Poder


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Israel Adrián Caetano – Bolivia (2001)

Bolivia llegó a Lima gracias al Sexto Encuentro Latinoamericano de Cine. Como suele suceder, las películas más interesantes del encuentro, en su mayoría, no formaban parte de la competencia oficial. Una de ellas era justamente Bolivia, que se presentó en la sección “Cine: migración e identidad”.

En ese momento el Perú no conocía el trabajo del director Adrián Caetano, quien ya había codirigido junto con Bruno Stagnaro Pizza, birra, faso, que fue un éxito de taquilla y crítica. Ya en Pizza… Caetano había demostrado su interés por los personajes marginales y la vida suburbana de Buenos Aires, relatando historias crudas donde la cámara se convertía en un acompañante de las andanzas de los protagonistas, sin emitir juicios morales pero llamando la atención sobre una realidad problemática.

Para su siguiente filme, Caetano contó con 20 latas de película en blanco y negro obsequiadas por un amigo. Con pocas locaciones, encuadres en su mayoría fijos y la obligación de filmar una sola vez cada toma (por falta de celuloide), Caetano logra dar un ejemplo contundente de la posibilidad de realizar cine independiente en América Latina. El microcosmos retratado con cruel veracidad y el desarrollo y consolidación de los rasgos estilísticos prefigurados en Pizza… demostraron que Bolivia fue un paso importante en la carrera de este director.

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Un bar como cualquier otro

Gran parte de la riqueza de este filme se encuentra en la recreación casi documental del “barrio” bonaerense, concentrándose en un restaurante que reúne las características que todos reconocemos como “argentinas”: la parrilla, el choripán, la foto de Gardel, el televisor eternamente sintonizando el fútbol o el boxeo, forman parte de una secuencia de presentación en la cual se escucha la voz en off de Enrique, el dueño del bar, dándole indicaciones a Freddy, el nuevo trabajador boliviano.

Mientras avanza la película, vamos conociendo a los diversos personajes que pueblan el bar: taxistas y vendedores ambulantes que se reúnen para comer, tomar y quejarse de “lo mala que está la vida”. Forman parte de una estructura de poder en la que don Enrique, con su libretita poderosa, maneja sus deudas y los somete al sarcasmo y la humillación, seguro de su omnipotencia. Ellos, desfogando sus insatisfacciones y rabia contenida, se desquitan en los trabajadores del local, Freddy y la paraguaya Rosa. Al ser víctimas del sistema, la vida o el dinero, buscan a alguien vulnerable a su alrededor para convertirse en victimarios (hay un excelente diálogo en la película que contrasta la idiosincrasia de los bolivianos, callados y hasta sumisos ante el patrón, con la personalidad de los argentinos, quienes se burlan de ello como si Freddy fuera invisible). La pirámide así definida también les da válvulas de escape a los inmigrantes, cuando se unen al patrón para formar parte, temporalmente, de su poder, al echar a los parroquianos que se quedan dormidos en el local.

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Esta estructura de poder reproduce la pirámide social que se daba en los tiempos en los que se filmó Bolivia, anteriores a la caída de De la Rúa. Freddy y Rosa partieron a Argentina en busca de una vida digna y una promesa de prosperidad para sus familias, pero lo que encontraron fue explotación y discriminación en una sociedad que se estaba cayendo a pedazos, dejando aflorar la crisis que se venía. Muchos argentinos descargaban sus frustraciones en los inmigrantes, echándoles la culpa de la falta de trabajo y los problemas del país. Ahora, los inmigrantes son los que están volviendo, alejándose de una situación que explotó y dejó ver que el sueño del “país del primer mundo” estaba muy alejado de la realidad.

Entonces ¿Bolivia está desactualizada? Todo lo contrario. Si bien nos muestra una realidad que ya no encontraremos tan fácilmente en los barrios argentinos, el racismo es sólo uno de los temas que abarca la película. Es más, la discriminación hacia Freddy es expresión de algo mucho más profundo, un desencanto de la población argentina que no sabe cómo repartir las culpas de sus fracasos.

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El director pone el dedo en la llaga al exponer la violencia contenida en cada frase, cada insulto, cada mirada, mostrando la xenofobia sin aspavientos, con una sutileza feroz. En el estilo de Bolivia priman estas expresiones sutiles, no sólo al presentar la discriminación sino en la descripción de ambientes y personalidades; tal vez es por ello que los momentos menos logrados del filme sean aquellos en los cuales las reacciones de los personajes son forzadas en función de un avance impostado de la narración (como el burdo intento de seducción de Freddy o el momento del disparo final). Sorprende que el director no haya encontrado maneras más fluidas de hacer avanzar la acción; pero, en todo caso, este defecto no llega a mermar la calidad de la película como producto total.

Un director (casi) invisible

Además del restaurante, el resto de locaciones (la pensión, la bailanta) son asimismo presentadas sin una pizca de glamour o adorno, mostrándonos aquella cara de la vida argentina que en ese tiempo ocultaban las producciones de Telefé. También los actores son (en su mayoría) desconocidos y no profesionales, lo que da una fuerte sensación de veracidad; aunque algunos personajes, como el mismo Freddy, están delineados de manera un poco tosca y basándose en arquetipos (lo que no ocurre, por ejemplo, con Enrique, el dueño del bar, en gran medida por el excelente trabajo de Enrique Liporace, que le da personalidad y carisma).

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Caetano no dirige la mirada del espectador, sino que lleva la historia con sutileza para que el propio espectador saque sus conclusiones. A este fin contribuyen los aspectos formales de la cinta: una puesta en escena precisa, teñida de frío realismo, fotografiada en película blanco y negro muy granulada, mostrándonos las imperfecciones de un ambiente exento de brillo y vitalidad. Las cámaras lentas que dan la sensación de rutina y reiteración, el constante ruido de fondo del televisor prendido, son recursos que contribuyen a crear un ambiente físico opresivo, un caldo de cultivo para la violencia. Priorizando la economía de recursos, la cámara registra cada uno de los rincones del bar yendo al centro de la cuestión, revelando lo necesario: las miradas, los cruces, las reacciones, de manera silenciosa y sugerente.

De esta manera Caetano se acerca al ideal de “director invisible”, pues su puesta en escena da esa sensación cercana al documental de gran autenticidad. El único detalle que puede llegar a distraer es la inclusión de folclore boliviano como música de fondo, que nos recuerda el tema de la migración (ya enfatizado a través del título y el personaje principal) cuando en realidad lo que cobra mayor protagonismo en la película, como hemos mencionado, no es tanto la discriminación como las relaciones de poder y las fricciones dentro del bar-microcosmos. Sabemos que la intención de Caetano era musicalizar más secuencias pero no pudo hacerlo por falta de presupuesto, sin embargo el resultado de esta escasez de recursos propicia un uso medido y austero de la música. Justamente por ello llama la atención ver a Freddy haciendo sus labores rutinarias con canciones de los Kjarkas pues, aunque resalta la idiosincrasia y la particularidad de la tierra lejana en ese ambiente hostil, el uso de esta música provoca una pérdida de rigurosidad con respecto a la forma global de la película.

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A pesar de estar exenta de grandilocuencia, la puesta en escena de Bolivia tiene la capacidad de emocionar al espectador y consigue darle el peso necesario a los picos dramáticos, logrando así un carácter de tragedia a una situación que podría haber sido contada como un asunto policial cotidiano e irrelevante. La alusión final a una repetición cíclica de los hechos a través de una estructura circular demuestra el pesimismo de Caetano, quien continuó su carrera con cintas como Un oso rojo y Crónica de una fuga, cintas más bien irregulares donde , sin embargo, se vislumbra una personalidad creativa que promete dar mucho que hablar en el futuro.

Natalia Ames

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