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El péndulo caótico del genio subrrealista.

Darren Aronofsky – Pi (Pi, El Orden del Caos, 1998)

Aronofsky es reconocido con su película Requiem por un sueño que saltó de la pantalla a la mente de todos los que la vieron, quedando en ellos las imágenes vertiginosas y efectos adheridos de secuencia, planos contrastados en variaciones de zoom, de encuadre y un transcurrir evolutivo en emoción al ritmo pautado tal como el efecto de la droga. Una película que somete al espectador a un cuadro de angustia a la vez abrigado por un sentido romántico y utópico. Pero ¿cómo llegó Aronofsky a concebir una película tan exacta, para algunos, la mejor?

A mí, la pregunta llegó antes de la respuesta. La mayoría, siguiendo la trayectoria de este director con la lógica comercial vieron primero Requiem por un sueño. En mi caso, por motivos circunstanciales, vi en orden cronológico, antes de su gran «hit», la concepción y el nacimiento del estilo asfixiante y adictivo de Aronofsky: Pi, el orden del caos.

Ésta es su opera prima y el reconocimiento no sólo debe ser por tal suceso, sino porque al verla se puede identificar al genio caótico del subrrealismo en el acto, de principio a fin en este caos prescrito. La película gesta con extrema exquisitez ciertas características que luego se ven, para mi gusto, añejadas en sus siguientes películas. Pero Pi, el orden del caos es el gran péndulo caótico en el cual todos debemos trepar para vislumbrar la creación esencial de una película extraordinaria.

Desde el nombre podemos imaginar con qué nos envolverá Aronofsky en este film. Pi=3,14159265… número irracional que aún se sigue estudiando y su símbolo proviene del griego que significa circunferencia. La trama, vista desde un primer nivel, es totalmente matemática y no dudo que muchos adictos a las ecuaciones tengan a esta película dentro de su ranking exclusivo. Pero la película no sólo queda en estricta inclusión científica y económica, Aronofsky no se complace con eso y nos agrega el aspecto subrreal que toca fondo además con conflictos enredados entre temas religiosos, místicos y psicológicos.

Siguiendo esa trama desde su primer nivel, Aronofsky plantea muy bien la secuencia del guión y crea un thriller enigmático, persuasivo y paranoico con el bien usado elemento del blanco y negro en película altamente contrastada y con grano. El eje central y soporte emocional de la película es Max Cohen, un matemático con ímpetu exhaustivo que intenta revelar el sistema numeral de Pi bajo la idea de que pese al supuesto caos que rige el universo, existe un método numérico capaz de prever e intervenir todo cuanto sucede en la naturaleza.

No sólo eso atormenta insaciablemente a Cohen, este personaje además camina en la línea frontal que divide su casi esquizofrenia con su stress y nerviosismo ligado a la necesidad del descubrimiento. Su limitada visión lo encarcela en una idea y estos episodios de cortocircuito mental se manifiestan con unas migrañas desbordantes que Aronofsky conceptualiza a la perfección fusionando un buen juego de cámara de la mano con una impecable edición acompañado de la excitante banda sonora compuesta por Clint Mansell.

No cabe duda que la colaboración de Mansell en esta película tiene mucho que ver con el éxito logrado en la creación de este film, pues Mansell con una partitura electrónica oscila con energía entre los momentos reales del personaje y sus alucinaciones oníricas y psicóticas que recrean situaciones absurdas hasta salvajes. Escenas construidas con el soporte de una acorde y bien lograda participación por parte de sus actores, sobresaliendo la de Sean Gullette que no solo debuta con esta película sino que también fue el co-guionista junto con su director.

Un guión, que dentro de su compleja concepción– pues los temas que abarcan son ajenos en superficie pero se conectan por debajo con túneles enigmáticos que conectan cada aspecto con el otro como un juego de estrategia — nos entrega el tema de una manera concisa y directa con diálogos que sin llegar al límite de saturar nuestro puesto de espectador nos columpian al ritmo de su ficción con expectativa y complicidad.

Así la película nos lleva a una historia que salta desde la psicología a la metafísica con vínculos diversos totalmente insospechados y nos hace caer en el fondo de su quizás fundamental origen existencialista: ¿por qué? ¿cómo? y la cuenta a favor de la esencia natural sobre lo científico.

No se puede dudar de la calidad de este film en cuanto a producción aunque contó con un bajo presupuesto, en este caso no fue perjudicial por lo contrario hizo lucir aún más el ingenio de su director. Aronofsky nos deja con el mayor placentero dolor de cabeza que hayamos tenido y con una sensación de «humano, demasiado humano» que nos revela con un crudo sabor, quizás, la misma sonrisa que se le escapa a Cohen libre de circunstancias cuando se evidencia poéticamente nuestra condición mínima ante lo desconocido.

Beatriz Torres


ARTE SIMBÓLICO

 

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Cualquier arte,
para justificarse como tal debe
de presentarse finalmente
como símbolo o
metáfora»

Juan Alejandro Ramírez

Darren Aronofsky – La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006)

La filosofía oriental, una de las mejores opciones para la comprensión de la vida, comprende la metáfora y el simbolismo dentro de la misma representatividad entre la naturaleza y el ser humano. Es así cómo Darren Aronosfsky, director de la exitosa “Réquiem por un sueño”, realiza esta obra poética, lírica con fantásticos escenarios y personajes muy reales, extrayendo de la filosofía la base para la comprensión de la vida y comparándola con lo más cercano a ella: la muerte.

Es una pena que, al leer algunos comentarios en publicaciones nacionales, no mencionen ni siquiera que la única forma, para Aronofsky y para muchos de nosotros, personas conscientes de la naturaleza como poder sobrenatural, de encontrarse con uno mismo y vivir una vida plena de satisfacciones es que aceptemos todo (a la muerte en especial) y nos dejemos llevar por la vida tal y como se nos presenta.

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Esta idea es tan importante como la explicación misma superficial de “La fuente de la vida”. Y antes de narrar las acciones de un personaje u otro, me referiré explícitamente a su subjetivismo dentro de una historia atemporal. La única “fuente de vida” en la historia es la aceptación y la unión de uno mismo con la naturaleza.

Como esa bella escena en que el conquistador, representado por el intenso Hugh Jackman, muy grotesco pero real a fin de cuentas, se une con la naturaleza momentos después de haber bebido del árbol de la vida. Naciendo desde sus entrañas flores preciosas y muriendo al mismo tiempo.

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Las características vitales de esta película son la crudeza y la concentración de los prestigiosos actores principales: Hugh Jackman y Rachel Weisz como Izzy y la reina Isabel en dos papeles, al igual que el protagonista como el doctor Tom Creo y el conquistador. Sus actuaciones tan medidas y al mismo tiempo sobre actuadas en algunos momentos, como las escenas básicamente de ciencia – ficción, son tan personales como la película misma.

Se puede ver desde lejos la actividad importantísima de introspección por parte de Jackman. No es necesario escuchar sus declaraciones en el DVD, y que afirme que es uno de los papeles más personales que ha realizado, sino verlo en la pantalla viviendo y sintiendo lo que dice (quizás porque cree en la filosofía en la que envuelve su trabajo).

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Rachel Weisz con su bello rostro y su excepcional sentido de la vida, representando a una escritora y que como tal, quiere dar a conocer al mundo sobre una percepción que, no sólo le toca a ella, sino que se perdió en el tiempo (“su tiempo”, porque no sabemos si es el futuro o el presente).

Un tema importantísimo que retrata “La fuente de la vida” es la búsqueda de un sueño. Un sueño casi imposible. Un sueño que revivirá a una persona. Esta obsesión se vuelve interesante. Se torna ficticia. Se deviene metafísica y se reorienta entre el tiempo y los personajes mismos. Cuán importante será un sueño y cuán dispuestos estamos de realizar lo impensable.

Siempre nos enseñaron que debemos de perseguir nuestros sueños pero casi nunca nos enseñan cómo sobrellevarlo cuando lo conseguimos. El proceso hacia algo es difícil, siempre lo es. Pero la satisfacción es de otro mundo. Un placer inacabable. Conseguir que el sueño se haga realidad, se combina con la aceptación. Al aceptar la muerte, aceptas la vida. Al aceptar cualquier cosa, aceptas que la felicidad entre y te atropelle, como dice la música de Andrea Echeverri. Tan simple y complicado como eso.

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El amor, tema complejo y extraño para todos se vuelve simple con la aceptación. Muchas películas han tocado este tema de la aceptación y muy pocos han podido reflexionar sobre eso. Muchas películas observan la aceptación desde una forma real e importante pero muchos críticos lo convierten en un subtema, aparentemente por alguna equivocación o alguna ineptitud inconsciente.

Lo más recomendable para ver alguna película, aparte del análisis externo y extrínseco, es la sensibilidad y el sentimiento que refleja la concepción del todo (la película) dentro de ti. La propia experiencia crea un sentimiento interno inexplicable que, si alguna película te puede provocar, esta en particular te hará sentir muy bien.

Paco Pulido Spelucín