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convergencias/divergencias: El Curioso Caso de benjamin button

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Convergencia: Claudia Ugarte
Con el Reloj en Contra

Dicen que la muerte es como un nuevo nacimiento sólo que para otro mundo. Pues hubo un error en los cálculos del universo y alguien nació viejo donde debería haber sido capullo. Ese fue el caso curioso de Benjamín Button, que después de haber sido concebido -con una carga de realismo mágico que poco se conoció fuera de Latinoamérica- por F. Scott Fitzgerald a principios del siglo XX, dio a luz a una poderosa adaptación cinematográfica de la mano con David Fincher y Eric Roth.

Un reloj se apodera de la pantalla, y de pronto marca un minuto, pero en retroceso. De esa misma manera Benjamín Button (interpretado por Brad Pitt) nació con el aspecto físico de un anciano y a lo largo de su vida, en lugar de morir, va rejuveneciendo, pero con una nefasta contradicción: su débil cuerpo de anciano encierra las ansias de una mente infantil, y luego, cuando su traje se hace adolescente, es su mente la que luce cansada.

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No hay mucha solidez al remarcar ese detalle, pero no importa, la fuerza de la película descansa en ese toque de fantasía real y en la perfección de una puesta en escena que no cansa aunque haya pasado dos horas con cuarenta minutos antes de ver los créditos. Y es que tanto Fincher como Roth han sabido combinar con buen ritmo las aventuras, los viajes, los amores y raras experiencias que Benjamín logra acumular pese a su extrañeza.

La época no pasa desapercibida y la discriminación de ciertos grupos -con los que Benjamín se siente identificado-, los desenfrenos juveniles, la guerra, los prejuicios se convierten en un enriquecido marco en la vida de nuestro personaje. Pero el hilo conductor que le da fuerza emotiva a la película -aunque por momentos no logre cuajar o pase a segundo plano- es la historia de amor entre Benjamín y Daisy (Cate Blanchett). Ambos deberán esperar por muchos años aquel breve paréntesis que les permitirá calzar sus edades y hacer real un amor que deseaban en la imaginación ella desde niña y él desde viejo.

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Pero aunque Benjamín haya nacido de la fantasía de un escritor estadounidense deberá enfrentar aspectos tan reales como el imparable paso del tiempo, y ese paréntesis de amor que en algún momento tuvo lugar en su vida deberá seguir viviendo sólo en su mente.

Sólo en la mente los minutos vividos pueden extenderse una eternidad. Fincher abre y cierra con un reloj en retroceso, y nos grita que el tiempo no perdona ni a los seres reales ni a los de la imaginación.

Aunque la historia sea de por sí bastante llamativa, son las plumas de Eric Roth y Robin Swicord las que han logrado darle al film la categoría de obra maestra. La película se aprovecha de ese guión para lucir también un minucioso cuidado de escenario, un maquillaje que se muestra soberbio y convincente, un delicado trabajo de efectos especiales y una portentosa fotografía (Claudio Miranda), todo ello bajo la dirección de un menos oscuro pero igual de diestro David Fincher.

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Tanto los protagonistas (Pitt y Blanchett) como los secundarios actuaron con destreza y soberbia. Tilda Swinton sigue sorprendiendo por la facilidad con que se desenvuelve en cualquier papel. Taraji P. Henson no se quedó atrás. Y aunque algunos critiquen las gotas de frialdad que caen sobre algunos encuentros entre Benjamín y Daisy, creo que fue necesario mostrar el espinoso acomodo de dos vidas que iban en rumbos diferentes.

Además, quien narra la historia es Benjamín a través de su diario, quizás el romance hubiera tenido mayor protagonismo si una mujer era la narradora. Prefiero el grado emotivo (contenido en algunos aspectos) que escogió Fincher.

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Lo que sí sacaría son las escenas del hospital donde Daisy, ya anciana, agoniza y repasa el diario de Benjamín. Es un recurso estilístico fácil y contraproducente porque corta, en el espectador, el tono de cuento que la película ha cobrado. El desenlace tampoco convence pero es la única forma de no conducir el relato por los vericuetos menos agradables de la ficción.

En resumen Benjamín Button se ha convertido en una de las películas más destacadas de la década, no sólo por su elaborada factura y una dirección de primera categoría, sino por la atracción que genera en críticos y espectadores gracias a su derroche visual y a la fuerza y belleza de su puesta en escena. En otras palabras, gracias a ese conjunto de trabajos remarcables que le han dado un equilibrio visual y de contenido digno de destacarse.


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Divergencia: Eugenio Vidal

El Lamentable Caso de David Fincher

Lo amenazaron con cortar demasiado el film. De modo que David Fincher se quitó y dejó el final de la edición en manos de los ejecutivos de la Paramount. Aunque igual El curioso caso de Benjamin Button (The curious case of Benjamin Button, 2008) llega casi a las tres horas. Surge la pregunta: ¿quién era el que se moría por el Oscar?

Las ganas de quedarse con la estatuilla resultan más que obvias: se relata la vida de un freak políticamente correcto que deambula por la historia de los Estados Unidos para, finalmente, encontrar el amor de su vida y morir. Un monstruo apto para todo público que se maravilla ante las nimiedades de la existencia: el sexo, el trago, el amor, la gente. Una voz en off es personalizada que explica su propia vida con tanta distancia que ya no parece suya. El remate del infaltable cuento de amor que no pueden evitar los arrechos de los gringos. Por más que no suene a nuevo, hace falta repetirlo: en lugar del Hombre Elefante tenemos que conformarnos con Forrest Gump.

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Se soslaya la oscuridad y el trauma de un personaje que, salvo por sus arrugas, Hollywood ha diseñado completamente normal. Como si únicamente fuera «feíto», y justamente por feíto, cual negro en película de blancos, estuviera destinado a admirar ese modo de vida del que los yanquis creen que deben sentirse tan orgullosos.

Lo mejor se encuentra al inicio. Si bien Benjamin Button (Brad Pitt) resulta un tanto soso y bonachón, se encuentra con freaks más interesantes que él, cada cual con una historia a cuestas: el capitán Mike (Jared Harris), que conserva su arte en la propia piel, o Elizabeth Abbott (Tilda Swinton), quien sueña con cruzar el Canal de la Mancha a nado. Además de la secuencia del reloj, acaso lo más logrado del film: un relojero ciego, monsieur Gateau (Elias Koteas), pierde a su hijo en la guerra y se refugia en su trabajo; entonces, transforma un encargo en su mayor creación y homenaje: el reloj de la estación del tren anda hacia atrás, para que así tal vez los chicos que se fueron con la guerra regresen a casa algún día.

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Transcurrida aproximadamente media hora, cuando Brad Pitt comienza a lucir lindo, como es de esperarse en Hollywood pero no en Fincher, el amor se torna lo único importante. Lo que en la infancia denotaba una extraña complicidad, el único coqueteo con la rareza del protagonista, se purifica: Daisy (Cate Blanchett) ahora es una mujer, ya no la niña que se escondía con un Benjamin contrahecho y envejecido. Al principio, llamaba la atención la relación de la niña con el niño viejo, jugaban y se comprendían como pares, pero él parecía fuera de lugar y hasta monstruos y amenazador a su lado. La dulzura de la niña contrastaba con una leve pedófila diferencia. Ahora parecen una pareja cualquiera. Se supone que la idea era establecer un paralelo. Mientras uno va de la vejez a la juventud, la otra sigue el camino opuesto. El problema es la conclusión, típicamente Hollywood, típicamente cursi: el punto de encuentro es el amor.

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En El extraño caso de Benjamin Button, el que está verdaderamente irreconocible es Fincher. Los tópicos Hollywoodenses abundan y lo acaparan todo: la narración en flashbacks innecesarios, a cargo de alguien viejo o acabado y su diario; el relato de una vida entera, que se supone ejemplar y ligada siempre a la historia estadounidense, y finalmente, el amor redentor. Además de Forrest Gump (1994), se podría citar Titanic (1997), o cualquier otro Blockbuster que aspire neciamente al Oscar. En cambio, Fincher no aparece por ninguna parte. Sus personajes resultan demasiado blandos y tranquilos. Un ser tan extraño como Benjamin Button debería estar profundamente conflictuado, después de todo es único, después de todo se crió en un asilo donde todos lucían como él pero al mismo tiempo eran abismalmente diferentes. Debería tener algo más que decir acerca de su condición, en lugar de contemplar todo con una suerte de paz zen.

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Precisamente lo que menos se explota es lo que más llama la atención, la razón por la que uno va al cine: la extraordinaria enfermedad y sus consecuencias, el tiempo que transcurre a la inversa para un solo ser humano. No basta el paralelo con el reloj, pues en realidad nunca conecta con el personaje: el reloj nace por un hijo perdido, por un deseo tan irracional como necesario; el hombre se maravilla de lo cotidiano, vive una vida común y corriente, su enfermedad no lo afecta directamente sino hasta el final. Más allá del símil un tanto forzado de la sustitución del reloj y la muerte del protagonista, la relación resulta difusa.

Sólo cerca del desenlace Benjamin sufre por su condición, y por eso el film repunta en sus últimos minutos, donde se alcanza a percibir el trauma y la impotencia del protagonista, que, al igual que su enfermedad, va más allá de su propia voluntad. La película recobra sentido y genera alguna emoción. Sin embargo, ya no es suficiente.


Indiana Jones: El Aventurero Maduro

Steven Spielberg – Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (Indiana Jones and The Kingdom of The Crystal Skull, 2008)

Tras 19 años, el maduro Harrison Ford se ha reunido de nuevo con Steven Spielberg y George Lucas para traer de vuelta a las pantallas a Indiana Jones, el arquitecto-aventurero del látigo, para una nueva aventura. Indy nació como un tributo a aquellas seriales de los años 30 y 40, que con sus finales estilo cliffhanger hacían las delicias de miles de espectadores.

Esta nueva entrega mantiene el mismo espíritu, pero llevando la acción a los años 50: la época de la Guerra Fría y la paranoia del pueblo americano respecto al comunismo. No es de extrañar entonces la presencia de los soviéticos, liderados por la caricatura rusa de Cate Blanchett, como los villanos de turno. Lejos de querer hacer algún comentario sobre la situación política y social de la época, Spielberg y Lucas sólo la han usado como un elemento de colorido.

En esta ocasión, un Indiana más viejo va en búsqueda de las Calaveras de Cristal, misteriosos artefactos que poseen un gran poder y revelan, entre otras cosas, el origen de nuestras Líneas de Nazca. Así, Indy aterriza en tierras peruanas, o al menos en lo que los creadores piensan es el Perú.

Hay que recordar que para la mayoría de los norteamericanos, todo lo que esté al sur del Río Grande es México, sin excepciones: de ahí a que Nazca esté poblado de charros, música de mariachis suene por todas partes y se baraje la ridícula hipótesis de que Pancho Villa supiese quechua.

Una total falta de cultura por parte de los realizadores, sí; pero una mera concesión dentro de una película de ficción, parte de una serie que siempre ha sido conocida por ser fantástica e imposible de tomar en serio. En estos casos, lo más sano es reírse por las licencias tomadas y seguir adelante.

El mismo Indy

Harrison Ford retoma el papel que dejó hace años sin ningún problema: Indiana sigue siendo aquel tipo con espíritu aventurero, pero propenso a meterse en problemas e improvisando todas las soluciones. Está más viejo (detalle que la película recuerda con mucho humor), pero por lo demás, todo sigue igual; es como reencontrarse con un viejo amigo y la combinación de humor lacónico, rudeza y cansancio de Indy es tal vez la mejor razón por la que el film funciona.

De todos modos, Indiana nunca ha sido un solitario: en anteriores ocasiones ha tenido al lado a amigos como Sallah o su propio padre, Henry (ya fallecido en esta entrega). Ahora, lo acompaña toda una comitiva que amenaza con quitarle el protagonismo. Ray Winstone y sus constantes e inexplicables cambios de bando resultan innecesarios y con un poco de cambios en el guión, John Hurt ni siquiera tiene que estar aquí.

Sin embargo, el retorno de Marion Ravenwood, la aventura de El Arca Perdida, si funciona: no sólo porque es el vínculo con el resto de la serie, sino porque permite al héroe finalizar una relación que fue olvidada luego de la primera entrega. Ford y Karen Allen tienen una buena quimica juntos y particularmente en el caso de ella, están encantados con volver a la seri

Luego está Mutt, el hijo de Indy, una suerte de “Rebelde sin Causa”. El joven Shia LaBeouf hace un buen contraparte sin ser irritante y se maneja bien; pero la sugerencia de que va a ser él quien tome la posta de su padre en estas aventuras es una mala idea: Ford es irremplazable en el papel y se ha identificado tanto con el público, que resulta imposible ver a otra persona manejando el látigo.

 

Indiana en Acción

 

La Calavera de Cristal es, ante todo, un blockbuster veraniego: muchos efectos especiales y escenas de acción irreales – algo que siempre ha sido elemento vital de la serie. Por ello hay que asumir que Indiana puede escapar de una explosion nuclear en un refrigerador (una muestra de la improvisación del personaje), o sobrevivir una caída de tres cataratas: su única función es entretener y en esto, cumplen.

Tras haber enfrentado al Poder de Dios, el concepto de extraterrestres no parece tan jalado de los pelos – más aún considerando la fascinación que Spielberg siente por seres de otro mundo, algo que ya quedó demostrado en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, E.T. y La Guerra de los Mundos. Esta serie siempre se ha basado en la fantasía y la imaginación y esta nueva entrega sigue la misma línea.

Es imposible hacer justicia a 19 años de expectativas: Indiana ha vuelto igual que siempre, en una aventura entretenida, pero que no es más que un blockbuster de temporada hecho para pasar el rato: no es ni va a ser tan impactante como las tres entregas anteriores. Al menos, el personaje y su esencia siguen igual, pero estando en una época donde se sabe todo de una película antes de que sea filmada, incluso, resulta difícil que tenga ese mismo sentimiento de fantasía.

 

Ernesto Zelaya Miñano